- Escrito por Jorge Rodríguez Patiño
El sonido usado para distorsionar la realidad
El diseño sonoro en Joker (Guasón, Todd Phillips, 2019) está perfectamente balanceado para lograr esa atmósfera inquietante que el Director desea en el filme. No se trata de una mezcla excesivamente pulcra y espectacular, como la de los grandes éxitos de taquilla, sino de un trabajo muy bien cuidado que combina sonidos ásperos y agresivos, para generar una tensión constante en el espectador.
Dicha tensión se va construyendo de una forma sutil, como una sinfonía que va in crescendo. Consiste, sobre todo, en plantear un ambiente que, de primera instancia, al espectador le parezca normal, pero que irá deformándose y aumentando en intensidad conforme la secuencia se desarrolla. Esta progresión, por supuesto, va en sincronía con el estupendo trabajo actoral de Joaquin Phoenix, quien es el que va marcando la pauta de todos los elementos fílmicos, en este caso, la pista sonora.
Así, en casi todas las secuencias, primero se establece una atmósfera general, misma que se verá interrumpida de forma inesperada por ciertos detalles —la bisagra chirriante en el apartamento de Arthur, las luces que parpadean en la escena del tren subterráneo, los ladridos lejanos en el pasillo, antes de que Randall y Gary entren al departamento de Arthur, etcétera—. Estos sonidos se introducen en la atmósfera y la van tornando ominosa, amenazante: uno siente que algo está a punto de pasar, pero no sabe qué ni cuándo. Es precisamente esta tensión la que nos permite entrar en la mete de Arthur: para él la realidad siempre está al borde de romperse, pero no sabemos en qué momento esto ocurrirá.
Los interiores siempre están colmados con gritos que provienen de los pasillos o de los callejones, ladridos, sonidos de sirenas distantes, el motor de los autos a lo lejos y bocinas. En el exterior, esta atmósfera es aún más agresiva y áspera, y tiene el firme propósito de presentar una ciudad que siempre está a punto de estallar. De este modo, podemos escuchar el tránsito, la fuerza de los motores V8, el rumor de las transeúntes pasando de un lado a otro; todo, en una muy cuidada mezcla en 7.1.
A la par, el sonido del filme se ve potenciado por el ingenioso empleo de una óptica bastante amplia, combinada con el formato 65mm de la Arri Alexa 65. Esta combinación les permitió —al Director Todd Phillips y a su Director de Fotografía Lawrence Sher— obtener una gran profundidad de campo, pero sin la distorsión que generan los objetivos gran angular. Esto fue particularmente importante para mantener la cámara a pocos centímetros de la acción. La imagen resultante nos permite captar con todo detalle la genialidad de Joaquin Phoenix hasta en los detalles más minuciosos.
Podemos ver este inteligente uso de los recursos en todo momento, pero es en la secuencia del tren subterráneo donde el trabajo de sonido se destaca. En esta secuencia, el Supervisor de Sonido, Alan Robert Murray, realiza un trabajo extraordinario, toda vez que se trata de una de los sucesos más importantes de toda la película.
En ella podemos escuchar esta atmósfera que va aumentando de intensidad: la secuencia comienza con una atmósfera de sonido bastante convencional. Toda la atención se centra en el estado de ánimo de Arthur, quien acaba de ser despedido de su trabajo. De pronto, las luces comienzan a parpadear, el siseo que acompaña este parpadeo nos alerta: resulta tan sorpresivo y poco convencional, que nos hace sentir que algo está a punto de ocurrir. Finalmente, el tren avanza. Poco a poco, los elementos van aumentando de intensidad: el chirriante sonido de las vías, el pesado y metálico sonido del vagón sobre los rieles.
De un lado, aún sin ser visibles, escuchamos las risas de tres jóvenes. El sonido fuera de campo nos genera tensión. Así, cuando la cámara realiza el paneo, ya estamos anticipando lo que sucederá. De forma gradual, casi imperceptible, se van añadiendo elementos sonoros que contribuyen a aumentar la tensión. Luego, cuando lo jóvenes agraden a Arthur, se añade a la pista la extraordinaria música de Hildur Guðnadóttir. La pieza musical le añade dramatismo a la acción, pero también permite bajar el nivel a los sonidos ambientales, de manera que los disparos del arma de fuego irrumpan de manera vehemente.
La tensión subsecuente es ahora en otro tono. Los sonidos siguen estando ahí, pero toda nuestra atención se centra en la persecución de Arthur a uno de sus agresores. Escuchamos los disparos resonando en las paredes de la estación del metro. Al final, luego del último disparo, logramos percibir el tinnitus que sufre Arthur en el oído, un sonido que representa su descenso en ese abismo profundo que le llevara a convertirse en el Joker.
Como podemos ver, tanto Phillips como Alan Robert Murray se han encargado de diseñar un sonido abrumador, que mantenga al espectador al borde de su asiento, anticipando lo que está a punto de ocurrir, pero, al mismo tiempo, le hacen sumergirse, de manera inconsciente, en la locura del personaje principal.
Se trata de un trabajo cuidado al extremo; de hecho, ciertos detalles sonoros resultan tan precisos que nos permiten sentir las texturas: es el caso de los dibujos del hijo de Sophie, el zapato que Arthur hace rechinar, la cabeza de Randall estrellándose múltiples veces contra la pared. Tales sonidos se colocan en el primer plano, de manera que cobren una relevancia poco usual. No obstante, su nitidez distorsiona nuestra percepción; en última instancia, nos hacen dudar si lo que vemos en el filme es tan solo una alucinación o realmente está sucediendo.